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Verónica Pérez/Estampas

Dime qué comes y te diré quién eres” es la máxima que puede aplicarse a la manera en la que se alimenta la humanidad. Mientras aumentan los índices de obesidad como consecuencia del alto consumo de comida rápida en las naciones con mayor poder económico (Japón, Estados Unidos y Canadá), en países como Venezuela se presentan estadísticas crecientes de personas con sobrepeso, alcanzando, según la Organización Mundial de la Salud, 30,7 % de la población, lo que definitivamente se convierte en un importante problema de salud pública, emanado del cómo se come en la actualidad.

No obstante -y para combatir estas condiciones-, existen decenas de nuevas formas de alimentarse. Algunos consideran estas tendencias como las panaceas en energía y belleza, mientras otros, sobre todo los investigadores en temas nutricionales, deliberan acerca de los verdaderos resultados de esos regímenes “fashionistas” que terminan ejerciendo influencia prácticamente en todos los aspectos de la vida.

Como lo fueron los macrobióticos entre las décadas de los cincuenta y de los ochenta, o la proyección de los entusiastas de la dieta mediterránea, hoy existen grupos dedicados a programar y evaluar cada bocado con el fin de no pecar con algún dulce o alimento grasoso y mantenerse en “la línea”, bien por salud o por estética.

Desde la antigüedad
“Ella es paleo”. Si ha escuchado esta frase y desconoce de qué se trata entonces esto es para usted. La dieta Paleo o paleolítica tiene sus fundamentos en la manera en la que comían los hombres de la prehistoria; es decir, con bajos índices de carbohidratos adquiriendo toda la energía de fuentes naturales como carnes, frutos y vegetales.

De acuerdo con la página web EstiloPaleo.com, el cuerpo humano no estaría diseñado para almacenar gran cantidad de carbohidratos. Aquellos hidratos de carbono que no logran ser bien administrados por el organismo pasarían a formar parte de las grasas negativas que se traducen en kilos de más. Por ello, esta directriz elimina carbohidratos (sobre todo, los procesados) y azúcares e imita la forma de comer de los hombres de las cavernas.

Adicionalmente, los ancestros del paleolítico tampoco lograban ingerir alimento de manera constante. Es decir, el consumo era más espaciado porque, sencillamente, no contaban con neveras o conservantes; pese a ello, lograban sobrevivir a heladas o prolongadas caminatas usando el almacenaje energético proveniente del supuesto poco alimento que engullían. Esto, combinado con la eliminación de glúcidos, genera evidentes efectos físicos en los que asumen el estilo paleolítico de alimentarse.

Según el doctor Loren Cordain, líder de la dieta paleolítica, los principios de esta nutrición son siete: aumentar la ingesta de proteína, bajar los carbohidratos con el fin de disminuir el índice glicémico, comer más fibra, elevar el consumo de grasas con omega 3 y 6, evitar la sal y elevar el potasio, balancear los alimentos ácidos con los alcalinos y aumentar las vitaminas y los minerales.

Comer como en las cavernas, ¿es correcto?
Pese a lo popular que es la dieta paleolítica, muchos la han criticado. De acuerdo con la lista de las mejores dietas, publicada en 2014, esta forma de comer estaría en el puesto número 31. Dietistas reprochan la supuesta pervivencia de las carnes, de las plantas y hasta de las grasas en épocas prehistóricas. 

Según la revista Time, que trató el tema a inicios del pasado año, “cualquier dieta que restringe ciertos grupos de alimentos (como los lácteos y ciertas legumbres) y hace hincapié en otros (como la carne), no es equilibrada”. El artículo The Paleo Diet Craze señala que todavía no han quedado totalmente demostrados los beneficios para la salud de comer “Paleo”, pese a que sus defensores expresen lo contrario y muestren cómo sus cuerpos han cambiado. 

Con las pilas puestas
Otra de las dietas de más reciente data y que está calando en el público es la alimentación alcalina. Esta consiste en seleccionar los sustentos de la gama de los no procesados, preferiblemente orgánicos, como las semillas, los vegetales, la miel y la soya. Las carnes, el café y las bebidas carbonatadas entrarían en el rango de alimentos acidificantes que, según los entendidos, provocarían un desbalance en el pH (medida química que determina grado alcalino o ácido de las sustancias) y, por lo tanto, un funcionamiento pobre del organismo.

La teoría médica explica que la dieta alcalina se basaría en la desintoxicación de la sangre y la orina. Al modificar el consumo de alimentos (entre los que destaca el queso y la carne roja) se prevendría al cuerpo de cálculos renales, infecciones urinarias y se ayudaría a bajar de peso. De la misma forma, los cultores de la medicina antienvejecimiento refieren que el equilibrio del pH corporal incrementaría el funcionamiento de los órganos, mejorando las condiciones de la piel, lo que a su vez ayudaría a obtener una apariencia más lozana.

“Mantener un régimen alimentario muy ácido hace que las personas manifiesten un bajo nivel energético general, lentitud en procesos mentales, dolores de cabeza y depresión. A su vez, cuánto más ácido sea el sistema de una persona, más irritable puede llegar a ser, ya que se pierden electrolitos de los músculos y del sistema nervioso. Si no existe un equilibrio de minerales, electrolitos y otros nutrientes esenciales, las células no pueden funcionar adecuadamente y empiezan a morir”, aseguró la doctora Margarita Botero, especialista en medicina antienvejecimiento del Centro Médico Energía Vital Activa.

Próximamente la segunda parte de este artículo



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