Por MEB/A tu Salud

Aunque el movimiento y la actividad física son grandes aliados en la prevención de la aparición de coágulos de sangre, los deportistas no están exentos.

Los coágulos de sangre son la mayor amenaza a la vida, porque pueden ocurrir en cualquier momento, a cualquier persona, y pueden ser mortales.  De hecho, son la raíz subyacente de las 3 principales causas de muerte cardiovascular en el mundo: el infarto del miocardio, el Ictus o infarto cerebral, y el Tromboembolismo venoso.

Cuando se forma un coágulo, éste puede desprenderse y desplazarse a través del torrente sanguíneo hasta atascarse en los vasos sanguíneos del cerebro, los pulmones, el corazón u otra zona, y pueden ocasionar la muerte. De ahí la importancia de su prevención.

El riesgo de muerte por causa de un coágulo de sangre es mayor que el que se tiene por enfermedades como el cáncer de mama o el SIDA, incluso, por accidentes de tránsito.

La presidente de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna, Maritza Durán, señala que “un émbolo (coágulo) puede ocurrir en cualquier hombre o mujer a cualquier edad, y su riesgo se incrementa al estar sentado por más de 90 minutos ya sea en la oficina, por motivo de viaje o por cualquier otra razón”.

Podría pensarse que los deportistas están exentos puesto que moverse y mantenerse bien hidratado son las principales maneras de prevenir la aparición de coágulos; sin embargo, cualquier deportista que sufra una lesión, un accidente o alguna enfermedad que le obligue a permanecer inmóvil por algunos días, podría generar trombos si no se toman las medidas adecuadas.

Por ello es vital saber que ante una operación u hospitalización es necesario conversar con el médico tratante para garantizarse la aplicación de un correcto protocolo antitrombosis.

De igual manera, es importante saber que aunque moverse y mantenerse hidratado son las principales medidas de prevención, deben prestarse atención a los factores de riesgo:  el tabaquismo, una cirugía mayor (principalmente oncológica u ortopédica), el embarazo, el uso de estrógenos (anticonceptivos y terapia de reemplazo hormonal), los antecedentes familiares y algunas enfermedades como el cáncer o el lupus.

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